Introducción
Las leyendas tienen una capacidad única para trascender el tiempo y el espacio, tejiéndose en la memoria colectiva y convirtiéndose en relatos que se transmiten de generación en generación. Como ya os habréis dado cuenta, en La Lente de Holmes no creemos en leyendas ni fantasmas, sin embargo estos cuentos, a menudo nacidos de eventos reales, se transforman con el paso de los años, adquiriendo matices de misterio y horror que los hacen inolvidables, como es el caso del Hombre del Saco. Pero, ¿qué sucede cuando nos adentramos en el origen de estas historias? ¿Qué encontramos cuando desentrañamos los hechos reales que dieron lugar a mitos tan oscuros que aún hoy nos erizan la piel?
Imagina un pequeño pueblo en la España de principios del siglo XX, donde la vida cotidiana se ve abruptamente sacudida por un suceso tan macabro que deja una marca imborrable en la historia local. Ese lugar es Gádor, en la provincia de Almería, y el protagonista de esta historia es Francisco Ortega, conocido por todos como «El Moruno». Lo que comenzó como la angustiosa lucha de un hombre contra una enfermedad mortal, acabó convirtiéndose en la siniestra leyenda del Hombre del Saco, una figura que ha infundido miedo en el corazón de muchos niños y adultos a lo largo de los años.
Este relato no es simplemente un cuento de terror para asustar a los más jóvenes antes de dormir. Es una narración que habla de la desesperación humana, de las medidas extremas a las que puede llevarnos el miedo a la muerte y la enfermedad, y de cómo el deseo de sobrevivir puede transformarse en una monstruosa realidad. Francisco Ortega, un hombre trabajador y dedicado a su familia, se vio arrastrado por su enfermedad y la desesperación hacia actos inimaginables, influenciado por personajes igualmente desesperados y sin escrúpulos.
El Caso Real del Hombre del Saco
Francisco Ortega era un hombre que se encargaba de sustentar a su mujer y a sus hijas —como la mayoría de hombres de antaño—. Con su porte robusto y su inquebrantable determinación, se había ganado el respeto de sus vecinos y la admiración de su familia. Desde que tenía uso de razón, había trabajado arduamente en el campo, sembrando y cosechando con la esperanza de proporcionar a su hogar una vida digna.
Pero como todos sabemos, la salud es un tesoro, y para su desgracia, la del moruno empezaba a flaquear. Hacía días que no se encontraba del todo bien. La energía que antes lo caracterizaba parecía haberse desvanecido, y cada amanecer era una lucha por levantarse de la cama. Sentía que su cuerpo se cansaba con facilidad, y las fuerzas le fallaban en los momentos más inesperados.
La Semilla de la Preocupación
Francisco trataba de no preocuparse, convencido de que era solo un mal momento que pronto pasaría. Sin embargo, a medida que se sucedían los días, la preocupación empezaba a germinar en su interior, alimentada por el miedo de no poder cumplir con sus responsabilidades. No podía permitirse faltar ni un solo día al trabajo, no solo por su propia necesidad, sino también por el bienestar de su esposa y su pequeña. Sabía que cualquier ausencia podría significar la falta de alimento en la mesa.
Consciente de que su estado de salud no mejoraba, finalmente decidió acudir al médico del pueblo. Se sentía reacio a hacerlo, pues en su mente estaba la idea de que los hombres fuertes no debían mostrar debilidad, pero sabía que necesitaba respuestas. Así que, con un suspiro de resignación, se preparó para enfrentar la incertidumbre que lo aguardaba.
Tras los “exhaustivos” exámenes de la época, Francisco fué diagnosticado con tuberculosis, una enfermedad mortal por aquel entonces. En ese momento el mundo se le cayó encima. Sin él su familia no podría sobrevivir, y por ello empezó a obsesionarse con la muerte. Sentía el peso de la espada de Damocles sobre su cuello, y creía que cualquier noche, al irse a dormir, sus ojos no volverían a ver la luz del día.
La idea de una muerte repentina lo aterraba, y este sentimiento arrasó con las personas más cercanas de su entorno. Tal fue así que un día, su mujer, al ver que la preocupación de su marido no cesaba, le recomendó visitar a Agustina Rodríguez, una anciana curandera famosa en el pueblo.El Moruno, que percibía la presencia de la Parca cada vez más cerca, hizo caso a su mujer sin rechistar y visitó a la curandera. Le relató su mal, y Agustina le recomendó algunos remedios que podían funcionar para paliar su enfermedad.
Francisco se afanó en utilizar todos y cada uno de los específicos naturales que la mujer le había “prescrito”, con la esperanza de recuperarse y esquivar su destino. Probó infusiones, ungüentos y vapores de plantas cuyo nombre ni siquiera conocía, pero nada surtía efecto. El hombre no hacía más que empeorar y con ello su temor a la muerte.

«Probó infusiones, ungüentos y vapores de plantas cuyo nombre ni siquiera conocía, pero nada surtía efecto. El hombre no hacía más que empeorar y con ello su temor a la muerte.»
Fotografía «Nuevodiario».
Medidas Desesperadas Para Situaciones Desesperadas
Para ese punto Agustina también empezaba a desalentarse. Veía que todos sus remedios, que habían sido efectivos en otros casos, en el Moruno parecían hacer todo lo contrario. Y sabía que si no actuaba con premura la obsesión del hombre se convertiría en una trágica realidad.
Fue entonces cuando le aconsejó acudir a Francisco Leona, un anciano barbero. Pero… ¿Un barbero podría curar la tuberculosis? Esa es la pregunta que se hizo el Moruno. Y te diré que un barbero normal jamás podría, pero Leona no era como los demás, ya que en secreto practicaba la curandería. Aunque Agustina también lo hacía, los remedios que este anciano empleaba eran más extremos, sólo para aquellos casos en los que ya no existía esperanza alguna. Y esa, desde luego, era la situación de Ortega.
Agustina le formuló la proposición al Moruno, pero tras ello lanzó una advertencia: “si quieres visitar a ese hombre vas a necesitar mucho dinero, y sobre todo, asumir las consecuencias de lo que pueda suceder”. Francisco se mostró dubitativo e intrigado. Sin embargo, su situación era de vida o muerte, por lo que aceptó la propuesta de la mujer y esta se afanó en acordar un encuentro.
El Precio de la Vida
Un par de días después, ambos acudieron a la barbería de Leona, con la esperanza de que el curandero pudiera ofrecerle una solución que aliviara su angustia.
Tras una larga conversación Leona sabía lo que debían hacer. Le dijo al Moruno que la única opción que tenía para salvar su vida era muy arriesgada, pero que si la llevaba a cabo podría eludir a la Parca sin dificultad. No obstante, sólo lo ayudaría si le pagaba 3.000 reales —lo que serían unos 4,50€ actuales y que por aquel entonces era una suma más que considerable—. Trémulo por los nervios, Ortega aceptó la petición de Leona y se dispuso a escuchar las instrucciones del anciano.
Las indicaciones fueron las siguientes: “Tienes que beberte la sangre de un niño, recién salida de su cuerpo para que esté caliente. Apenas bebida la sangre, te pondrás sobre el pecho unos emplastos de mantecas de la misma criatura”.
El Moruno no podía dar crédito de lo que estaban escuchando sus oídos. Se llevó las manos a la cabeza y un nudo se formó en su garganta. Perplejo, observaba al anciano y a la curandera, tomándose unos minutos para reflexionar. Estaba poniendo en riesgo la vida de otra persona para salvar la suya. Y lo que es peor, pondría en juego su alma; su plaza en el cielo se vería en entredicho.
En un principio se mostró reticente, pero luego otros pensamientos asaltaron su mente. No quería morir; tenía mucho por vivir y responsabilidades que cumplir. Por lo que el Moruno rápidamente cambió de opinión. Se dirigió al barbero con seguridad y afirmó “mi vida antes que la de Dios”, una declaración que el anciano comprendió al instante. El plan podía comenzar.
Tras el encuentro, el Moruno se dirigió a su casa, arrastrando consigo el peso de su decisión; y Agustina y Leona se quedaron a solas, con el fin de pensar cuáles serían sus siguientes pasos.
« Las indicaciones fueron las siguientes: “Tienes que beberte la sangre de un niño, recién salida de su cuerpo para que esté caliente. Apenas bebida la sangre, te pondrás sobre el pecho unos emplastos de mantecas de la misma criatura.»
Fotografía Web «Fotogramas».

Alianza Familiar
La primera tarea sería capturar al inocente. Era la principal misión y la más complicada, ya que ambos peinaban canas y no serían capaces de capturar a su víctima. Pero Agustina, muy resolutiva, pensó rápidamente en su hijo Julio. Quien afirmó que no tendría ningún problema en echarles una mano. El barbero en un principio parecía desconfiado, ya que el hijo de la curandera, aunque joven y fuerte, era conocido por ser apodado “el Tonto”.
Julio padecía una enfermedad mental desde bien pequeño, pero Agustina aseguró que eso no sería ningún impedimento, por lo que el anciano aceptó la propuesta. Al fin y al cabo tampoco tenían a nadie más a quien recurrir. Y la verdad es que tonto no se si era, porque aceptó la propuesta de su madre a cambio, por supuesto, de una pequeña parte del botín.
Lobos con Piel de Cordero
Leona y Julio quedaron al día siguiente en la orilla del río, donde buscarían a su víctima. La cual no se hizo esperar, ya que enseguida se encontraron con un niño que paseaba por la zona de vuelta a casa. El chiquillo en cuestión era Bernardo González, de 7 años, procedente de una familia muy humilde que vivía desde hacía poco tiempo en un pueblo cercano a Gádor. Por lo que pensaron que sería una buena opción.
Los hombres se acercaron al niño mostrando una fachada de amabilidad. Le preguntaron dónde iba y este les dijo su destino. Sin embargo, Leona le ofreció irse con ellos a buscar brevas y albaricoques, prometiendo que podría quedarse con todas las que encontrase. El niño confió en las palabras del anciano, y acompañó al barbero y al tonto a buscar las frutas.
Pasó bastante rato hasta que el pequeño se dio cuenta de que se había alejado de su destino, por lo que las prisas por volver a casa empezaron a invadirle. Leona, al percibir la inquietud de Bernardo por regresar, cogió un saco que llevaba en su bolsa y rápidamente le indicó a Julio que metiera al niño dentro. Este obedeció y sin esfuerzo lo atrapó, lo introdujo en el costal y se lo echó a la espalda.
El Dilema del Tonto
Julio estaba nervioso, el niño no hacía más que llorar y retorcerse, lo que dificultaba mucho transportarlo sin levantar sospechas. Por lo que el miedo se apoderó del tonto e hizo un amago de renuncia. Tiró el saco al suelo y se plantó ante Leona, suplicando irse a casa y olvidar lo sucedido. Pero el anciano no estaba dispuesto a dejar que eso sucediera, por ello agarró una roca y puso a Dios por testigo de que le aplastaría la cabeza si no continuaban con el plan acordado. Julio, resignado ante la cruel realidad, volvió a cargar el fardo y continuaron el camino.
Tras recorrer un largo trecho, llegaron al cortijo de San Patricio, una hacienda abandonada desde hace muchos años, la cual sería testigo mudo de los terribles hechos que estaban por suceder.
Dentro de aquel recinto en ruinas, el ambiente estaba cargado de desasosiego y tensión, como si el aire mismo se estremeciera ante la maldad que se avecinaba. Agustina y el Moruno, aguardaban ansiosos la llegada de Leona y Julio, quienes no tardaron en aparecer para llevar a cabo el sacrificio que sellaría su destino en las sombras más profundas.

«Dentro de aquel recinto en ruinas, el ambiente estaba cargado de desasosiego y tensión, como si el aire mismo se estremeciera ante la maldad que se avecinaba.»
Fotografía «Cuadernos Manchegos».
El Último Grito de un Alma
En primer lugar tumbaron a la criatura boca arriba y entre Agustina y su hijo le quitaron la camisa y le sujetaron de brazos y piernas. Tras ello, Leona sacó una faca del bolsillo y le hizo un pequeño corte muy próximo al corazón. El niño lloraba y la sangre no paraba de brotar de la herida del pequeño. Rápidamente, Leona cogió un vaso y lo llenó cuando esta se encontraba aún caliente. Instó al Moruno para que se lo bebiera lo antes posible, y este sin dudarlo obedeció las directrices del anciano. Comenzó a ingerir el líquido carmesí a la vez que gritaba la frase “mi vida por delante de la de Dios”.
Los llantos cesaron. La criatura había perdido el conocimiento. Y era el momento de proceder con la segunda parte del plan. Empezaron a abrir el cuerpo del pequeño y a sacarle las “mantecas”, con las que Agustina hizo unos emplastos y fueron depositados sobre el pecho del Moruno. Mientras, el que antes temía a la muerte, ahora la veía lejos. Podía percibir cómo su enfermedad remitía, asegurando sentir sus fuerzas renovadas —o eso creía él, ya que poder de la sugestión es increíble—. Tras el ritual, Bernardo había fallecido y Francisco se sentía más vivo que nunca.
Este pagó gustoso los 3.000 reales y se marchó a su casa para contarle a su esposa que la enfermedad había remitido, la muerte no podría alcanzarle. En el cortijo se quedaron Agustina, Julio y el barbero, quienes se encargaron de recoger aquel salvaje escenario. La curandera se quedó limpiando, y el tonto y el anciano se llevaron el cadáver del pequeño lo más lejos que pudieron, hasta el barrando del Jalbo, donde le aplastaron la cabeza para que nadie lo reconociera y lo enterraron lo más profundo que pudieron, intentando que la tierra borrara los restos del brutal suceso.
« Empezaron a abrir el cuerpo del pequeño y a sacarle las “mantecas”, con las que Agustina hizo unos emplastos y fueron depositados sobre el pecho del Moruno.«
Fotografía Web «Misterios e Historia».

Un Nuevo Amanecer
Los días pasaron, y cada uno continuó con su rutina. El barbero atendiendo a los hombres del pueblo, la curandera con sus remedios y el Moruno volvió a sus labores. Pero había una persona que no estaba tranquila.
La maltrecha cabeza de Julio no paraba de rumiar, pensando que no había visto ni un céntimo del dinero prometido. Había hecho el trabajo sucio, cargar con aquel chiquillo, arriesgándose a cada paso a ser descubierto con las pruebas sobre su espalda. Sin embargo era el único que no había sido recompensado.
Pensó que no podía continuar con aquella situación, por lo que acudió a Leona a reclamar su parte. Y si pensáis que el viejo le iba a pagar religiosamente lo lleváis claro. Tomó al tonto como tal y le dio largas —la típica “es que ahora no me viene bien”— pensando que se había quitado el muerto de encima. Pero nada más lejos de la realidad, ya que la negativa del barbero lo único que hizo fue avivar las llamas de la ira de Julio. Se volvió a su casa con sed de venganza y empezó a pensar en su represalia.
El Eco de la Traición
Tras unos minutos de maquinación, Julio pensó que había elaborado un plan genial. Iría directo a la policía del pueblo y denunciaría el caso, haciéndose pasar por un simple testigo. Se mostraría atónito ante los acontecimientos presenciados y aseguraría haber visto a Leona secuestrar a ese pobre niño. A sus ojos el plan no tenía fallas, por lo que se dispuso a ponerlo en marcha.
Se llegó a la comisaría del pueblo y bajo la apariencia de un narrador omnisciente relató todos y cada uno de los hechos que supuestamente había presenciado. Y cuando digo todos y cada uno de los hechos es todos y cada uno, ya que no se dejó ni una coma. Y eso a los policías les escamó sobremanera. Julio proporcionó pelos y señales sobre el suceso, pero al mismo tiempo que desvelaba el crimen, a la policía no hacía más que asaltarles dudas. ¿Cómo sabía tantos detalles sobre el caso? ¿Por qué había tardado tantos días en ponerlos en alerta? El pobre Julio creía que cuantos más detalles diera más lo creerían — y creerle le creyeron, lo único que no coló fue que era un simple testigo —. Por lo que rápidamente las sospechas también recayeron contra el tonto.
Los agentes no vacilaron en hacerle conocer lo que barruntaban, que se imaginaban que había estado involucrado en todo aquello. En un inicio Julio negó las acusaciones que sobre él se cernían. Indignado, desmentía haber participado en los actos criminales. Sin embargo a los policías no les hizo falta mucho esfuerzo para que finalmente se confesara partícipe del asesinato. Y no solo eso, sino que se pasó de sincero, ya que a parte del nombre del barbero y del Moruno, aseguró que la mujer de este último lo sabía todo, y que Agustina, su propia madre, también estaba metida en el asunto —en este caso se aplica eso de que “cuando haces pop ya no hay stop”—.
Juicio y Condena
En el mismo día Leona, Agustina, Julio, el Moruno y su mujer fueron arrestados y poco después se produjo el juicio. En primer lugar se desveló la sentencia del tonto, al que absolvieron de todos los cargos y lo dejaron en libertad debido a su deficiencia mental. Tras esto se encargaron de Leona, que fue sentenciado a muerte en el garrote vil por asesinato. Con Agustina pasó tres cuartos de los mismo. Y con el Moruno otro tanto —aunque su destino ya estaba escrito, ya que la tuberculosis seguía su curso, y de no haber estado sentenciado, la muerte le hubiera alcanzado de todas formas. No nos vayamos a pensar que el sacrificio había servido para algo—.
Sin embargo, lo que nadie se esperaba es que la mujer de este, la cual sabía lo ocurrido pero no había sido partícipe, corriera la misma suerte que los tres anteriores. Así es, también fue condenada a morir al garrote vil.
A partir de este punto la historia que dio origen a la figura del Hombre del Saco se adolece del paso del tiempo, ya que, al correr de boca en boca, el final de algunos de los personajes ha ido cambiando. Según se dice, Leona murió antes de ser ejecutado. Unas fuentes afirman que lo mataron, y otras que murió por causas naturales, pero de lo que estamos seguros es que el encuentro con el garrote vil no se llegó a producir jamás.

«Leona fue sentenciado a muerte en el garrote vil por asesinato. Con Agustina pasó tres cuartos de los mismo. Y con el Moruno otro tanto.»
Fotografía «OK Diario«.
Conclusión
Así concluye la inquietante historia tras la leyenda del Hombre del Saco. Este relato nos revela cómo el miedo y la desesperación pueden llevar a actos inimaginables, convirtiendo a personas comunes en protagonistas de horribles crímenes.
Desentrañar los hechos reales detrás de esta leyenda nos hace reflexionar sobre la fragilidad humana y la facilidad con la que los miedos pueden distorsionar la realidad. Al conocer esta historia, nos enfrentamos a preguntas difíciles: ¿Hasta dónde somos capaces de llegar cuando la desesperación nos consume? ¿Cómo podemos prevenir que el miedo y la superstición dominen nuestras vidas?
Las respuestas, quizás, no sean fáciles de encontrar, pero es crucial que sigamos explorando y entendiendo estos oscuros capítulos de nuestra historia. Hasta la próxima entrada de La Lente de Holmes, y recordad, a veces la realidad puede ser más aterradora que la ficción.